Con la llegada de la primavera a la sierra podremos observar con un poco de suerte y si aguzamos nuestra vista una pequeña orquídea de flores de un centímetro o poco más, con grandes sépalos de color verde pálido y un labelo en parte verde blanquecino y en parte púrpura rosado o amarillento.
Es la Epipactis helleborine. Sus hojas son sentadas, de color verde apagado y se disponen como en espiral en torno al tallo.
La que nos ocupa es una orquídea de amplia distribución en zonas templadas y subtropicales de Europa, norte de África y Asia, que sin embargo en Andalucía Occidental sólo es relativamente frecuente en la provincia de Huelva, y más concretamente en la Sierra y el Andévalo. Es, además, una planta considerada invasiva en Norteamérica, donde entró de la mano del hombre. Se la puede encontrar, además de en la sierra de Aracena, en Sierra Nevada, los Pirineos, los Alpes, e incluso en Finlandia.
Crece generalmente en terrenos silíceos, pobres y pedregosos, pero boscosos, como el caso de la Sierra de las Cumbres, al sureste del pueblo de Santa Ana la Real.
Como otras muchas orquídeas precisa la ayuda de los insectos para la polinización y para atraerlos utiliza todo un cóctel químico que incluye tres sustancias narcóticas, cuatro atrayentes de insectos, vainillina, e incluso alcohol como resultado de la fermentación de sustancias azucaradas con la ayuda de un hongo. El resultado de todo ello: el "síndrome de la abeja borracha", con el lamentable y bochornoso espectáculo de insectos aturdidos y desorientados yendo de flor en flor en la espiga de nuestra Epipactis o en las de los alrededores. Además, según algunos que las han observado, parece ser que, por si fuera poco, la experiencia les gusta y repiten, volviendo a "colocarse" una y otra vez con tan embriagador néctar.
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