La teoría de Gaia y el indio
Seattle
Como decía James Lovelock, Gaia es una entidad compleja que implica a biosfera,
atmósfera, océanos y tierra; constituyendo en su totalidad un sistema
cibernético o retroalimentado que busca un entorno físico y químico óptimo para
la vida en el planeta.
La vida en la Tierra funcionaría según la teoría de Gaia, o
más bien según la interpretación que algunos hicieron de ella, como si esa entidad
se comportara como un enorme ser vivo del que el resto de seres vivos somos
sólo partes, engranajes de un inmenso reloj, y esa enorme entidad planetaria
llamada Gaia tuviera la capacidad de actuar sobre el entorno y, modificándolo
en función de sus necesidades, adaptarlo a los requerimientos de la vida para
perpetuarse a sí misma.
Es una teoría que tuvo numerosos detractores que la
calificaron de fantasiosa o excesivamente metafísica o poética, por pretender
dar entidad global a lo que para muchos no era más que la suma casual de
diversos factores biológicos, químicos y físicos que interactúan entre sí,
dando lugar a ese equilibrio que percibimos. Pero sea como fuere, lo cierto es
que la teoría de Gaia marcó un antes y un después en la comprensión de la
ecología y la interacción entre los diversos seres vivos y entre estos y el
medio físico.
Y no cabe duda de que, al margen de la ciencia pura y dura,
la hipótesis de Gaia nos aporta también un componente metafísico, trascendente
o sentimental que nos acerca a la percepción de nuestra posición dentro de
Gaia, como partes de ella que somos y partícipes de tan magnífica entidad, y
que nos permite hacernos conscientes de la fragilidad de los equilibrios del
planeta y de la insignificancia relativa de nosotros mismos, porque a fin de
cuentas somos sólo piezas de tan soberbio puzle, y si conseguimos dañar los
equilibrios de Gaia, esta los recuperará de nuevo, aunque nuestra especie y las
que caigan por nuestra ignorancia no estemos aquí para contemplar el nuevo
punto de equilibrio de Gaia.
Los que amamos la naturaleza podemos sentir el latido del
corazón de Gaia cuando cae una tormenta en la montaña, cuando el cárabo ulula
en la noche, cuando las hojas de los castaños amarillean en noviembre, o cuando
el verde intenso de los primeros brotes de los fresnos o los saúcos iluminan el
todavía apagado paisaje invernal, vaticinando la explosión de luz y color que
se avecina.
Los que amamos la naturaleza podemos intuir el espíritu de
Gaia cuando nos sentamos a la sombra de un alcornoque centenario y nos paramos
a pensar en cómo era la humanidad cuando germinó la bellota de la que nació,
mucho antes de que el jefe indio Seattle diera una lección de sabiduría al
presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en 1855.
Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos
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Nota
El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854
una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los
territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de
Washington. A cambio, promete crear una reserva para el pueblo indígena. El
jefe Seattle responde en 1855.
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El Gran Jefe Blanco de Washington
ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe
Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad.
Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace
nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no
hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar
nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la
palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las
estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la
tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del
agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada
rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra
de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son
sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo
de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen
cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan
de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos
parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son
nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros
hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor
del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda
decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran
Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos.
Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros
vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será
fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se
escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la
sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán
recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es
sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de
acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los
ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos
cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras
tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son
nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a
los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras
costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que
cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la
tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y
cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus
antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus
hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son
olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como
cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos
coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un
desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las
suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco.
Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o
el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre
salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar
solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?.
Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave
murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento,
limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues
todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos
comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que
respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si
vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es
valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que
mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también
recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben
mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre
blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar
nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre
blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de
actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por
el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre
salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser
más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para
sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se
fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que
ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en
todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies
es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos
que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus
niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo
lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los
hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es
el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la
cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión
en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la
tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de
sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él,
de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que
seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que
el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo
Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer
nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su
compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel
blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su
creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras
tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios
desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán
intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas
tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y
sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no
comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos
sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados
del olor de muchos
hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de
hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
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